El lugar del niño en la época

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Viviana Berger

En el texto La violencia contra las mujeres, Miquel Bassols dice: “El fenómeno de la violencia humana no es explicable por una causa natural o biológica como la que podemos atribuir al mundo animal, ya sea por el recurso a un instinto agresivo, a un instinto de dominio o a un instinto de subsistencia más o menos innato. La cultura humana, fundada en la acción y en los efectos simbólicos del lenguaje sobre el cuerpo, desnaturaliza de tal manera el registro biológico de los instintos que ningún acto propiamente humano puede entenderse ya fuera del registro simbólico y de las significaciones que impone en cada sujeto”. Por lo tanto, entendemos que desde el psicoanálisis, a partir del hecho de que somos seres hablantes, el lenguaje mata a la biología -y esto cuenta en todos los terrenos. En la medida en que el humano es un ser hablante, la “naturalidad” está perdida: No hay naturalidad para la sexualidad, no hay naturalidad tampoco para las violencias, con lo cual para entenderlas no basta apelar al conjunto de los instintos. Se trata de otra Cosa.
La criminología y los actos de violencia nos confrontan con una paradoja bien complicada ya que si acordamos con la posición que ningún acto propiamente humano puede entenderse fuera del registro simbólico y de las significaciones que impone en cada sujeto, ¿qué lectura e interpretación posible para estos actos en los cuales se ha roto el pacto simbólico de la palabra y que nos confrontan con una clínica que no es del orden del síntoma sino del acto, que no es del orden de las metáforas sustitutivas como soluciones a la satisfacción pulsional sino más bien, la pura satisfacción de la pulsión de muerte, la imposición de un goce en lo real, el crimen por el goce mismo?
Es muy habitual que los sujetos que han cometido actos criminales, luego, al ser interrogados al respecto, no puedan decir demasiado sobre ello. A veces resulta una especie de laguna en la memoria, algo se presenta del orden del imposible de decir, una ausencia de todo enunciado. Aunque desde el sentido común, quizás, se pueda sospechar también cierto cálculo especulativo en relación a los procesos de la justicia, más allá de ello, no obstante, en el contexto del crimen se impone en toda ocasión un núcleo oscuro, enigmático, un goce fuera de todo sentido. ¿Cuál fue la causa de este empuje a la destrucción? ¿Por qué? ¿Cómo es que en ese instante se lograron atravesar los diques de la vida? ¿Qué pasó con el sujeto?
Es recién en un segundo momento que, tal vez, se podrán reconstruir las coordenadas del hecho, el antes y el después, cierta lógica del caso clínico que posibilite echar alguna luz sobre la causalidad. Sin embargo, allí, en el acto mismo se hace presente algo mudo, que irrumpe como un limbo de pura pulsión de muerte, esfumando todo registro del sujeto, en una especie de fusión del sujeto con la pulsión. Es el triunfo de la pulsión que logró desprenderse de todo amarre significante, habilitando un goce del cuerpo sin inscripción en el Otro.
Los niños, los locos y las mujeres han sido históricamente objeto de segregación y de violencia, encarnando tradicionalmente el lugar de una palabra rechazada, como si el acto violento viniera al lugar de una palabra imposible de decir. Es así que dedicaremos este encuentro a explorar las particularidades del niño contemporáneo en lo que respecta a su lugar en la estructura de la civilización y las consecuencias en su subjetividad cuando la violencia deviene el Amo que comanda, cuando el Nombre del Padre ya no resulta eficaz para organizar el mundo de las pulsiones.
Las estadísticas denuncian hoy en la población infantil altas tasas de TDA, autismo y psicosis, asuntos de bullying y abuso sexual.

Según un informe de la Organización Panamericana de la Salud
⦁ A nivel mundial, 1 de cada 2 niñas y niños de entre 2 y 17 años sufre algún tipo de violencia cada año. Según una revisión global, se estima que el 58% de las niñas y los niños en América Latina y el 61% en América del Norte sufrieron abuso físico, sexual o emocional en el último año.
⦁ Según un análisis de la UNESCO, el 38% de los estudiantes del Caribe y el 26% de los estudiantes de Centroamérica informaron estar involucrados en una pelea física. El mismo análisis afirma que el 32% de los estudiantes en América del Norte y el 30% de los estudiantes en América del Sur informaron haber sido acosados.
⦁ La violencia cuesta la vida de cientos de jóvenes en la Región de las Américas. Los homicidios son una de las principales causas de muerte de niñas, niños y jóvenes, en particular de hombres y niños de 15 a 24 años en las Américas.
⦁ Los datos sobre abuso sexual infantil son limitados, pero los datos de la Encuestas de Violencia sobre Violencia contra Niños, Niñas y Adolescentes (EVCNNA) indican que el 16% de las niñas y el 10% de los niños en Honduras, el 15% de las niñas y el 8% de los niños en Colombia y el 14% de las niñas y el 3% de Los niños de El Salvador experimentaron violencia sexual antes de los 18 años, según lo informado por los jóvenes de 18 a 24 años.

Estas cifras develan cómo en la sociedad del Otro que no existe, la caída del orden de la ley deja al niño en una condición de total desamparo, expuesto a la deriva de los excesos del Otro, evidenciando con crudeza el carácter de objeto real del niño en la estructura –seguramente más que las mujeres y los locos por su dependencia y vulnerabilidad respecto de los discursos que lo determinan. Más que objeto de la violencia simbólica inherente a la imposición del significante amo determinante, el niño sufre de la violencia de la imposición de un goce real que daña el establecimiento de la defensa necesaria para la constitución subjetiva en tanto tal. Nos preguntamos, pues, cuál es el impacto a largo plazo de estas infancias dañadas, los efectos en la constitución subjetiva y las consecuencias a nivel del sujeto cuando los niños quedan a merced del superyó, víctimas de la irrupción de un real pulsional que no los habilita como sujetos de la palabra.
Es muy habitual que las personas recluidas en el ámbito penitenciario relaten historias desgarradoras de infancias duras y desoladoras, víctimas directas de maltratos o, mismo, testigos de ellos, anulándose toda posibilidad de inscripción del sujeto en algún enunciado del Otro. Éric Laurent dirá que el sujeto allí sólo puede “ex – sistir entre líneas”. La clínica carcelaria demuestra, luego, que la criminalidad y, consiguientemente, la prisión, resultan el corolario trágico e inexorable: ante la falla de la posibilidad del sujeto de autorizarse en la Ley del deseo, el sujeto busca separarse de ese goce malo que lo habita, asestando la pulsión de muerte contra el otro, que finalmente retorna fatalmente sobre el propio sujeto, llamando a la intervención de la ley del sistema jurídico.
Si creemos en el determinismo psíquico del sujeto por el discurso que le precede, si antes que aparezca, eso habla de él, ¿qué chances hay, entonces, para ese sujeto traumatizado por la invasión de un goce real de amarrarse a lo vital, de construirse algún síntoma con el cual vivir la pulsión de un modo no destructivo? Ello abre un campo clínico muy interesante en intersección con la institución y el sistema judicial y penitenciario. ¿Puede la institución introducir alguna suplencia allí donde no operó el nombre del padre?
Como el psicoanálisis enseña, nada de esto absuelve al sujeto de la responsabilidad por sus actos delictivos. Sin embargo, en tanto analistas comprometidos con los síntomas de la civilización debemos interrogarnos respecto de la relación entre el crimen y el niño, aspirando a producir un saber novedoso que permita echar luz y ampliar la perspectiva de los abordajes de las distintas disciplinas que atienden este real para aportar una posición ética que posibilite dar una respuesta clínica a este malestar.
Para el psicoanálisis, el niño es ante todo un ser de palabra, producto de una historia y de un deseo. En este sentido, el analista en primera instancia ayudará a forjar la palabra alentando que el niño pueda producirse como sujeto y promoviendo soluciones para que, en tal caso, el sujeto pueda conquistar al menos algún pequeño margen y no quedar atrapado del todo en el lazo paranoico con el Otro de modo de contar con la posibilidad de desarrollar algunos recursos nuevos para construir otro tipo de relaciones con los otros.
Recuerdo el caso de una persona privada de su libertad recluida en el Centro Varonil de Rehabilitación Psicosocial de la Ciudad de México (CE.VA.RE.PSI), a quien desde niño su madre (que era policía) golpeaba hasta sangrar, vociferando que lo hacía porque lo amaba y porque no quería que fuera una “Alimaña”. Según ella, era su mejor forma de educarlo, lo maltrataba para que no fuera una mala persona. Él se quedaba impávido frente a los golpes.
Durante su infancia esta persona tuvo ocho intentos de suicidio ingiriendo pastillas y uno en la adolescencia aventándose de un segundo piso. Muy frecuentemente se escapaba de su casa y pasaba tiempo en situación de calle. Así comienza a robar, a consumir drogas, pero sobre todo descubre el placer voluptuoso de amedrentar personas y traicionar a quienes lo ayudaban. La crueldad deviene un fin en sí mismo, produciéndole una satisfacción insondable.
Comete dos violaciones: “¡Esto es por tu madre!” le grita a una de las jóvenes, a quien viola frente a sus hermanos amarrados y forzados a mirar. Confiesa una satisfacción que no había sentido nunca antes. “No tengo buenos sentimientos. Soy una Alimaña. Usted no debería perder su tiempo conmigo, si lo encuentro afuera, le podría hacer daño”. Como dicen, la letra con sangre entra.
El equipo técnico lo trae a supervisión en la reunión clínica por el alto índice de letalidad que han detectado: hacía tres semanas había intentado ahorcarse colgándose de la regadera (fue necesario reanimarlo) y anteriormente, se había cortado con el vidrio del foco, pegándose varias veces la cabeza contra la pared. Estaba devastado por no haberlo logrado: “Vivir es demasiado fastidioso” –declara. “Se me hace monótono estar acá en la vida. En cualquier descuido de ustedes, yo me mato. La única razón que tengo para vivir es mi madre, porque la amo. La amo porque ya la perdoné”.
Siempre tuvo parejas por lo menos quince años mayores que él. De la última, su madre dirá espantada: “Podría haber sido mi hermana. Somos demasiado parecidas”.
Ni víctima, ni victimario, ni desecho de la humanidad, en tal caso, prisionero de su parte irreductible de inhumanidad. Evidentemente, esta madre no logró transmitir algo del orden de un deseo que no sea anónimo más allá de las necesidades básicas. Lacan dirá que por parte de la madre la transmisión de este deseo se leería respecto de sus cuidados, si llevan “la marca de un interés particularizado, aunque lo sea por la vía de sus propias carencias”. Del padre se espera que “su nombre sea el vector de una encarnación de la Ley en el deseo”. Nos informan que su padrastro también era policía y que golpeaba a su madre frente a él y sus hermanos.
Según Lacan la falta de mediación paterna deja al niño expuesto a las capturas fantasmáticas de la madre, alienando al niño en tanto objeto a en el discurso y goce materno. Noten en este punto que no estamos del lado del deseo materno, el deseo materno remite a las coordenadas simbólicas, la castración, la intervención del Nombre del Padre, la condición de objeto con revestimiento fálico, el narcisismo, recubierto del Ideal en el deseo de los padres. El hijo como objeto del goce materno invierte la perspectiva del lado del residuo, del real de la civilización.
Al final de Nota sobre el niño, Lacan advierte que “las mujeres tienen su objeto en la dimensión real”. Es decir, que se trata de una dimensión del objeto cuyo valor de goce está más allá del valor fálico, un goce que está más del lado del goce femenino en las madres, es lo que llamamos el valor real del objeto, el niño en tanto real materno. De ello resulta que a medida que algo de lo real él presenta, “está ofrecido a un mayor soborno en el fantasma.” Es muy importante aclarar que no es la aparición del significante en lo real (como se da en el caso de la psicosis) sino la aparición del objeto de existencia en lo real.
Lacan mencionó que es raro encontrar la estructura perversa en las mujeres, y Laurent aclara que esto es así porque las mujeres tienen al hijo como objeto. Dice: “Es importante recordar que la perversión femenina existe, pero con la forma de la perversión materna”. Ella da cuenta de fenómenos de maltrato, por ejemplo. La perversión femenina se juega entonces en la relación con el niño, siendo su partenaire fundamental, fijándolo en una relación incestuosa marcada por el sadismo.
¿De qué manera podría despejarse algún otro lugar para el niño disociado del goce materno? ¿Qué chance tiene el sujeto de constituirse en tanto tal y conquistar algún margen para sí horadando su captura en el fantasma del Otro? ¿Con qué recurso puede contarse para regular ese goce y enlazarse con lo vital? ¿Es posible reinscribir el discurso de los sujetos?
El caso testimonia de la imposibilidad para diferenciarse del objeto materno, más bien él la ama, goza de ello, realiza su amor con versiones maternas duplicadas, descubriendo un goce singular e inédito de la Alimaña en las perversiones sexuales dedicadas a ella.
Cuando se le restringe este goce y es confrontado con la vida, se le vuelve demasiado fastidioso y prefiere morir. ¿Quién es él si no es la Alimaña? ¿Cómo gozar de otro modo?
Habrá que ver si en el tiempo que le toca estar en el centro, el equipo técnico pudiera hacer surgir algún otro significante de la masa de los significantes del Otro, alguno que le sea más propio, de él, a partir del cual inventar una manera nueva, suya, para saber hacer con el discurso del Otro.
No parece tener un futuro prometedor, sin embargo, no cesamos de apostar al ser de palabra y de deseo.

Ciudad de México, 9 de junio de 2023.

Bibliografía:
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Volpi, J., Partes de guerra, Editorial Alfaguara, México.