Lacan en su escrito “La ciencia y la verdad”, hace un recorrido para ubicar el estatuto del sujeto en psicoanálisis, pasando por el sujeto de la ciencia, la magia e incluso la religión.
Afirma entonces que “el hombre de la ciencia no existe, sino únicamente su sujeto” y que él mismo, el sujeto, “está, si puede decirse, en exclusión interna de su objeto”
Introduce así una nueva lectura de lo que la ciencia define como su “sentido”, a saber, su objeto. Una lectura del estatuto de objeto para el psicoanálisis distinta de la que hace la docencia con su método científico, cómo formalmente es considerada desde el discurso universitario.
Esto parece plantear una paradoja del lugar de la docencia en el psicoanálisis, donde el reconocimiento del inconsciente da su lugar al sujeto.
¿Qué puede decir de la posición de psicoanalista en la enseñanza y formación dentro de los espacios de docencia e investigación impartidos desde el Instituto?
Respuesta de la docente del CID -Bogotá, María Auxiliadora Rodríguez:
Pensar en la posición del analista en la enseñanza, formación dentro del Instituto, implica necesariamente el rodeo de un imposible: educar, partiendo de otro imposible: psicoanalizar.
Ambas condiciones aporéticas necesitan de un recurso de invención que permita transmitir algo de la experiencia del encuentro con estos imposibles. Partamos entonces de la etimología, que facilita el uso de los significantes de manera más cercana a la letra, y así desglosar aquellos implicados en las siglas CID.
La palabra “docencia” viene del latín docentia y significa “cualidad del que enseña”. Sus componentes son: docere (enseñar, instruir), -nt- (agente, el que hace la acción), más el sufijo -ia (cualidad). Entonces, podemos servirnos de una cualidad, un saber hacer, que puede tanto implicar a un sujeto que imparte una enseñanza, como eso que se muestra en acto.
Siguiendo este recorrido, enseñanza conlleva a la particularidad. “Enseñar” cuando significa ‘mostrar y ‘hacer que alguien aprenda, es transitivo, siendo el complemento directo lo que se muestra o enseña; suele llevar, además, un complemento indirecto de persona. Y “enseñar a”, completado con un infinitivo: ‘Hacer que alguien aprenda a hacer lo que el infinitivo expresa’.
La primera acepción se vincula con lo que se puede aprender, que en nuestro caso implica un no-todo, mientras que la segunda está directamente relacionada con la especificidad de aquello que se quiere enseñar, lo que implicaría enseñar a psicoanalizar, cosa imposible. Sin embargo, también podría guiarnos a otras formas más modestas, por ejemplo, enseñar a leer desde otra posición.
Al respecto Miller plantea en “El banquete de lo analistas”[1] lo siguiente:
Constatamos así que cuando trata la enseñanza del psicoanálisis, el movimiento mismo de su acercamiento es esta escisión entre lo que enseña el psicoanálisis y los caminos de la enseñanza, porque el «cómo enseñarlo» apunta a los caminos por los cuales se puede enseñar lo que el psicoanálisis enseña. (p. 163)
Por otra parte, “investigación” está conformada por dos vocablos del latín: “in” que significa hacia y “vestigium” que significa huella o pista. En otras palabras, investigación sería hacia la huella, o hacia la pista, o seguir la huella o la pista. Es decir, seguir aquello que marca y demarca la experiencia analítica y que señala la posibilidad de un camino a recorrer, a explorar.
A esto sumamos el significante “formación”, ya que finalmente hacia ésta apunta nuestro camino. Viene del latín formatio y significa “acción y efecto de formar”. Esto implicaría un efecto subjetivo que va modelando, casi artesanalmente, la experiencia misma de una enseñanza “teórica” impartida por psicoanalistas.
Entonces, si un psicoanalista está siempre en formación y es desde su propia experiencia analítica que puede llevar a cabo una transmisión, aquello que puede enseñarse no remite a una posición objetiva sino, que al contrario, es desde la propia experiencia subjetiva que se puede formalizar el conocimiento que se intenta impartir.
Esto último separa este conocimiento del de la ciencia y de la pretensión de ésta, pero no resta la posibilidad de un bien decir acerca de conceptos, construcciones y elaboraciones propias del psicoanálisis. Sin caer en la eterna diatriba entre las posturas racionalistas y empiristas en la epistemología.
¿cómo pasar del uno por uno al todos? ¿Cómo pasar de la experiencia analítica -cuyo fundamento es no hablar más que a uno solo-, que enseña algo, tiene ciertos resultados, a la enseñanza para todos? ¿Cómo se transfiere eso para todos? (p. 169)
En un instituto de psicoanálisis se busca voltear al discurso universitario, que a partir de la búsqueda y creencia en el saber objetivable obtura la castración. Universidad proviene del latín “universitas”, lo cual significa “el conjunto de todas las cosas”. Y ello va en contrasentido de la noción de singularidad que implica el saber inconsciente.
Vemos así, cómo esta desmarcación es algo que puede transmitirse desde el principio, lo cual permite diferenciar la posición del sujeto que ejerce la docencia en psicoanálisis.
Partimos de una orientación, la lacaniana, con la que se puede iniciar un recorrido hacia otro saber que se intuye pero no sé constituye totalmente; en donde hay una teorización que siempre está puesta a prueba a partir de la experiencia desde el dispositivo analítico y la clínica.
Miller agrega:
Por un lado, es algo que se puede decir del psicoanálisis, porque es una práctica, da lugar a una experiencia, y hay enseñanzas de la experiencia. Pero otra cosa es llegar a transmitir las enseñanzas de una experiencia a los que no la tienen. (p.165)
Esto concierne directamente al Instituto. Si bien en la Escuela se produce un efecto de enseñanza a partir de la transferencia de trabajo y el deseo, esto trae consigo un encuentro anterior con el psicoanálisis. Pero un encuentro con aquellos que no han llegado a constituir esta transferencia y cuyo deseo es ambiguo, trae consigo otra dificultad.
En el lugar en donde se espera un saber constituido, completo, universitario, aparece un saber cuestionado e incompleto, que se nutre de la práctica sin estándares, y que finalmente funciona como una ética de bien decir.
Así, enunciado y enunciación funcionan. Existen un conjunto de saberes que pueden transmitirse a partir de cierta solidez que han adquirido. Son saberes, que tienen un basamento lo suficientemente fuerte para poder llevarse a otros que comienzan a acercarse. Pero el peligro del psicoanalista es la asunción de esto como un dogma o, por el contrario, como un semblante: Creer que se sabe vs hacer que se sabe.
Dependiendo de lo que pueda leerse en la enunciación podrá diferenciarse o no del saber universitario que, en última instancia, es lo que estamos poniendo en cuestión.
NOTAS
- Miller, J (2010) El banquete de los analistas. Buenos Aires: Paidós