La presencia del analista se encuentra íntimamente vinculada con una pregunta ¿Qué es un analista? Pregunta que sirve de soporte a una posición que para Freud era considerada propia de una profesión imposible, junto a gobernar y educar. Y es que sostener una posición, teniendo como eje un agujero, resulta un asunto problemático, por lo que plantea un acto que, desde lo “imposible”, hace el llamado a una invención.
Un analista entonces opera alrededor de dicho agujero, valiéndose necesariamente de la transferencia como motor que haga ex-sistir el discurso analítico. Entrar en el dispositivo se convierte en un movimiento ético orientado por una política, la cual se apoya en la estrategia del bien decir para que discurra la regla fundamental.
¿Pero de qué se trata este decir? Como se recuerda en el boletín #0 de Letras en línea, este decir no está del lado de la significación, de lo dicho, lo verdadero del dicho, su semblante o el goce del dicho, se trata entonces de un decir que encuentre eco en un cuerpo, y eso orienta un análisis.
Es así que el discurso analítico se hace presente, por la vía del “bien decir”, de aquello tan singular de un parlêtre. Poner el cuerpo servirá entonces de sostén al decir, porque de entrada el cuerpo y el decir se encuentran íntimamente enlazados. Es cuando las maniobras del analista siguen las trazas de aquellas marcas donde se aloja el goce, porque de esa singularidad sólo se tiene como guía las resonancias en un cuerpo que se cree tener, uno que en tanto vivo resonará en cada punto que goza.
Un analista hace presencia advertido de la existencia de las huellas, y es desde lo audible, o no, que pudiera llegar a conmover las relaciones singulares. Es una presencia en acto que sólo se puede constatar por sus efectos, aquellos que resuenan singularmente en un cuerpo que habla, es hablado y que es sólo en ese cuerpo que se podrán leer los surcos de su encuentro por el hecho de que hay un decir.