Por Jacques-Alain Miller
Arribamos, provenimos de los cuatro rincones del mundo; pronto seremos mil; viviremos juntos durante cuatro días; nos hablaremos en seis lenguas; blandimos ya, un volumen de cerca de quinientas páginas, como una bandera. Es el Encuentro del Campo freudiano.
Cada dos años desde 1980, con una regularidad de metrónomo, la reunión se realiza así, aquí y luego allá, del otro lado del Atlántico. Y sin duda, el Campo freudiano, no es la Cosa freudiana. Ella es silenciosa, él es charlatán. Pero la Cosa no le es exterior. Ella le es extima. Lo que quiere decir: la Cosa no es sin el Campo -ella es su producto. Y también: es su causa, la causa del deseo que él vehiculiza.
Esto no dice cómo eso se efectúa, por qué esquematismo, la puesta en función de la Cosa como causa de un deseo-de-Campo. Un Campo es una instancia de lo colectivo; la relación a la Cosa es de soledad subjetiva. Hay en su articulación como un misterio, que tiene el sabor del famoso inciso: “Fundo -tan solo como siempre he estado en la relación con la causa psicoanalítica- la Escuela…”
La ciencia no es aquí una solución: es la sutura del sujeto (la forclusión de la causa) que hace científico a un Campo, desde entonces innombrable con algún nombre propio, a diferencia del freudiano; un saber, en cambio, del cual el sujeto no sabría desconocer en dónde él es una parte interesada, puede bien simular la forma lógica del saber científico, él no tiene de pleno ejercicio, el estatuto.
No dudamos en plantear que el saber psicoanalítico es estético, en tanto que recae sobre la relación subjetiva, siempre patética, con el goce. Es lo que hace que no sabrá pretender una validez universal (“ser enseñable para todos”) sin encontrar la antinomia del juicio del gusto.
Esto no tiene más solución en el psicoanálisis que por la senda de una construcción teórica -aquella de un real fuera del concepto, de un quod que, no obstante, tiene su cifra, (a), una consistencia lógica-, y por la vía de una operación práctica, llamada el pase, no sobrepasar, sino atravesada por la relación patética (el fantasma). Ella comporta, del lado del sujeto, destitución, y no sutura; y, del lado de la causa, una evacuación que no sería forclusión.
Es este pase, o al menos su idea, que Lacan ha puesto en el principio de la comunicación en psicoanálisis, y de lo cual ha hecho la condición del Campo freudiano. Y sabemos que, lejos de reservar el título que sanciona este pase (AE) a no se cuál élite, Lacan soñaba con nada menos que hacer de la prueba, la entrada obligada de una Escuela (ver su: Nota Italiana, en Ornicar? Nº 25), que habría así cumplido una intersubjetividad bien paradójica, porque no está fundada sobre la identificación, así fuera la de “ser razonable”, sino sobre su franqueamiento.
¿El pase para todos? ¿Por qué no? Sin duda este es un ideal regulador, como tal imposible de realizar, si no es que tiene ese imposible como real. Y ¿cuál? Digámoslo: el real del semblante.
No pisoteemos las pocas marcas necesarias para hacer un Campo. La Cosa, no la tendrán sin eso, para atormentarlos. En el Encuentro del Campo freudiano, la angustia no conviene, tampoco la sumisión.
Jacques-Alain Miller
Traducción: Mario Elkin Ramírez
(Texto impreso en francés en Ornicar? Revista del Campo freudiano nro 35, octubre-diciembre 1985, p. 5-6. Publicado en línea con la amable autorización de su autor.)