Nuestra praxis es institucional, sin límites temporales preestablecidos, con gratuidad, sin alternativa privada. Sostenemos nuestro acto allí, donde no hay que ajustarse a protocolos, oportunidad de apuesta e invención en el caso por caso.
Llega el sujeto de la época a-quejado, amante de la ignorancia subjetiva, de la ilusión de satisfacción pura, que puede no tener transferencia hacia el psicoanálisis. Es preciso un trabajo preliminar hasta que la presencia del analista emerja articulada al inconsciente y la transferencia. Se ofrece una escucha analítica que dé lugar a subjetivar la queja, a puntuar significantes coagulados de goce. Se espera definir si hay síntoma analítico, capacidad para la asociación libre, consentimiento al inicio de un análisis. En tales casos, se da acceso a un nuevo modo de gozar de su inconsciente. No solo hay desciframiento, también hay un goce que se satisface en el análisis, mediante la transferencia.
La presencia del analista emerge articulada a la transferencia, como puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente. Convoca el objeto (a) que está en juego en la causación del sujeto, articulado al fantasma y la pulsión. Dejarse orientar por este real en juego es indicación clínica a tener en cuenta siempre, y en especial, en los “momentos de impasse”.
Interpretar bajo transferencia, apuntando al surgimiento de un significante irreductible, sin sentido; contrariar el despliegue del sentido por medio del corte de la sesión, permiten hacer visible la pulsión y muestran cómo la cadena de sentido soporta el goce silencioso pulsional. Presencia del analista que ha de operar además, según el momento lógico de la cura hasta que al analizante le sea suficiente, en los marcos de esta práctica institucional. Queda dar cuenta de ello en la construcción de casos clínicos, no sin la práctica del control y el análisis personal del analista.