ROSA LAGOS TORRES
Las perspectivas psicoanalíticas sobre la agresividad permiten ver la noción de agresividad y sus implicaciones en la praxis y en la clínica, diferenciándola de la violencia, pero sin dejar de ver su conexión. Como primer punto voy a tomar la diferencia entre violencia, agresividad y agresión. Son tres conceptos que a veces se confunden pero que es necesario deslindar porque aluden a situaciones y a orígenes diferentes.
En la definición misma de violencia no hay acuerdo, la OMS (2003) la define como “uso intencional de la fuerza física o el poder real o como amenaza contra uno mismo, una persona, grupo o comunidad que tiene como resultado la probabilidad de daño psicológico, lesiones, la muerte, privación o mal desarrollo”. Haciendo el ejercicio de tomar los significantes que se repiten en las diferentes definiciones que encontré, puedo decir que se define desde lo cultural, a partir de un desequilibrio de poder, asociada a la fuerza física, a poder imponerse sobre otro, como producto humano que proviene de lo social.
Violencias las hay, psicológicas, económicas, políticas, físicas, entre otras, no es un concepto psicoanalítico, sino que se pone en evidencia en el malestar social, y nos llegan sus consecuencias. Fabián Fajnwacs , toma a Benjamin, para plantear que la violencia aparece articulada a una relación dialéctica con la ley, es decir que el origen de la violencia estaría dado por el déficit de la ley en sancionar, por lo que se escapa a la ley, la brecha que no alcanza a cubrir la ley en su operatoria. En este sentido la violencia tiene su marco en la cultura, en su cruce con el derecho.
Ya Freud en ¿Porque la guerra? (1932) en su respuesta a Einstein, le dice que está en lo correcto al hacer un nexo entre derecho y poder y se pregunta si está autorizado a sustituir la palabra “poder” por “violencia” y dice que este nexo entre derecho y violencia son hoy opuestos. De alguna manera la violencia aparece como una transgresión a la ley, un desbordamiento, un exceso que atenta contra sí mismo o contra otros. En este sentido, si la ley no puede abarcarlo todo, la violencia siempre estará presente en el devenir social ¿Cuál sería entonces el modo en que se pueda minimizar la expresión violenta?
Hago un breve comentario sobre este punto. El sábado recién pasado en un periódico local, el diario La Tercera, salió un artículo sobre la violencia con la pregunta ¿Y si la violencia fuera una epidemia? En el marco de la preocupación por tratar el tema “las calles sin violencia” que se ha convertido en un dolor de cabeza para los estamentos gubernamentales. En este artículo se aborda la violencia como un asunto de salud pública y con la lógica de una epidemia. Se describe lo que se ha hecho en países que presentan una extrema violencia, como por ejemplo Honduras y algunas ciudades de estados Unidos, en donde se aplicó una metodología copiada de la forma en que se atacan las infecciones, al modo de una vacuna, se invitan personas rehabilitadas que han sido violentas y se proponen como líderes positivos conformando lo que llaman “interruptores” que trabajan como líderes en las comunidades violentas, de manera tal de interrumpir el circuito contagioso que supone el origen de la violencia, han tenido una efectividad de un 90% en algunos lugares. El planteamiento central es que la violencia se contagia como una infección y hay que tratarla como tal, evitando el contagio y aplicando tratamiento desde el interior -a mi modo de ver, sería una manera de inocular el lazo social a partir de invertir el discurso capitalista por el discurso del amo.
Aprovecho este artículo en el cual se describe esta suerte de “tratamiento” tomando desde el psicoanálisis, el discurso capitalista propuesto por Lacan en el Seminario XVII El reverso del Psicoanálisis, donde plantea que al imponerse este discurso, con su inversión, en el cual es el Sujeto dividido. el que pasa a ocupar el lugar del Amo o agente y, por lo tanto se ubica sobre el S1, ocupando éste el lugar de la verdad, significante amo que indica los determinantes identificatorios que, al estar por debajo de la barra, dejaría al sujeto sin punto de referencia y, al estar relacionado directamente al objeto a, queda librado al imperativo de goce que le hace creer que no hay límites, que lo puede todo, y que puede autodesignarse, autodeterminar su identificación, lo cual lo deja a la deriva. Agregando, además, que inmersos en el discurso capitalista no hay posibilidad de hacer lazo social, lo cual contribuye a que la violencia se desate sin freno, como manifestación de goce no es tramitada en el discurso.
No es el caso del discurso del amo o del inconsciente, en el que el significante amo, que también ejerce una violencia al dominar e imponer una identificación, es algo que viene a ordenar de alguna manera el desorden humano y permite superar la paranoia imaginaria, sobre todo porque se dirige a otro, hace lazo social y tramita el goce en el discursoue –lo cual no es el caso de lo que sucede en el discurso capitalista.
Pero volvamos a Freud y veamos qué nos dice en el texto “El provenir de una ilusión” (1927): la agresividad es vista para ese momento como una reacción por el rechazo a condiciones específicas del principio de realidad dominante, pero luego en 1930 en su texto “El malestar en la cultura” hace un giro y cambia este punto de vista, señalando que la reacción agresiva no responde al rechazo de la realidad sino que es una tendencia pulsional propia de la naturaleza humana, tal como es la sexualidad, que exige satisfacción, aludiendo así a la pulsión de muerte planteada en 1920 en Mas allá del principio del placer.
En 1930 la considera como una “disposición pulsional autónoma, originaria del ser humano y agrega que “esta pulsión de agresión es el retoño y es el principal subrogado de la pulsión de muerte, que hemos descubierto junto al Eros, y que comparte con éste el gobierno del universo” y en la Conferencia 32, Angustia y vida pulsional invita a investigar “cómo se mezclan ambas en el proceso vital, cómo la pulsión de muerte es puesta al servicio de Eros, sobre todo en su vuelta hacia afuera en calidad de agresión” y termina diciendo que “por suerte, las pulsiones agresivas nunca están solas, sino siempre ligadas con las eróticas, son las que van mitigar y prevenir en las condiciones de la cultura creada por el hombre”. Más adelante dice que la pulsión de vida necesita disponer de la agresión para conseguir su propósito.
Freud plantea la mezcla de pulsiones de vida y de muerte, fundamental para la sobrevivencia, donde la agresión es necesaria, y cuya sublimación dará origen a la cultura y civilización. La desmezcla pulsional, donde la pulsión de muerte prevalezca sobre la pulsión de vida, es decir sobre Eros, daría lugar a la destrucción tanto de sí mismo como de los otros.
A partir de estas formulaciones freudianas, Lacan, en 1948 presenta en el Undécimo Congreso de Psicoanalistas de lengua francesa en Bruselas el texto “La agresividad en psicoanálisis” un informe teórico en el que propone cinco tesis sobre la agresividad, reflexiones que ponen a prueba los conceptos pronunciados hasta el momento con el ánimo de no quedarse en el dogma. Para este momento, Lacan aún no consideraba la lingüística, es pre-estructuralista, define el inconsciente como sede de los imagos y aun no concibe el inconsciente estructurado como un lenguaje.
Es un informe en el que va a plantear el empleo que se hace en psicoanálisis de la noción de agresividad en clínica y en la terapéutica, con la intención de formar un concepto que pueda aspirar a un uso científico, es decir que el concepto sea útil para “objetivar hechos de un orden comparable en la realidad” con la mira de establecer “una dimensión de la experiencia analítica en la que hechos objetivados puedan considerarse como variables suyas”. Esta aspiración estuvo fundada en el deseo de dar respuesta a la significación enigmática que Freud propuso como pulsión de muerte, aporía que se encuentra en el núcleo de la noción de agresividad y que Lacan nombra como kakon, como la expresión del mal más íntimo que habita al sujeto y del cual intenta despojarse.
Desde una fundamentación metapsicológica propone considerar la agresividad como una experiencia subjetiva por su constitución misma, en tanto la relación al otro esta fundamentada en la agresión, ubicándola en la identificación narcisista y en la estructura del yo como paranoica, producto del desgarramiento original del sujeto, frente a la fragmentación corporal.
Durante el Estadio del Espejo, la agresividad aparece como respuesta del sujeto frente a la imagen que lo aliena, “yo es otro” fórmula del narcisismo, forma primaria de la subjetividad humana en la cual se establece la relación al otro como agresión en la que, necesariamente para la construcción del yo, se formula frente al otro en una lucha del tú o yo, rivalidad imaginaria, necesaria para la construcción del yo como instancia de desconocimiento.
La tensión imaginaria que implica la construcción del yo, se apacigua con la inclusión de lo simbólico, ya no comanda la relación la identificación al semejante, sino la identificación edípica, una identificación simbólica a un gran Otro, que permite el paso al “tú y yo”.
La tensión imaginaria puede ser sublimada por vía del reconocimiento del otro y establece un binario entre agresividad y reconocimiento, reflexión que le lleva a plantear que hay una reciprocidad estricta entre agresividad y experiencia analítica.
En este sentido, concibe la experiencia analítica como una paranoia dirigida, drama inaugural de la experiencia, en tanto el paciente dirige su agresividad al analista, pero éste no responde, toma una actitud fuera de la agresividad, con el fin de permitirle al sujeto agotar su propia agresividad, dando lugar a un trabajo de tipo sublimatorio posible de la relación agresiva con el otro. No es que la agresividad se elimine de la experiencia, sino que se trata de operar sobre ella apaciguándola a partir del discurso.
Otro aspecto sumamente interesante es el paso que Lacan da al plantear el salto de la fenomenología de la experiencia con el nivel de la intención agresiva al de la metapsicología con el nivel de la tendencia a la agresividad.
La intención agresiva, se presenta en la neurosis como una manera de comunicarse con el otro, es del orden simbólico, Lacan la sitúa como un querer decir del sujeto que no llega a decirse al Otro, como una demanda de significación, apuntando a ser interpretada, esta intencionalidad puede presentarse en el mismo discurso reivindicativo, inexactitudes del relato, o en acting out como atrasos, ausentarse a una sesión por olvido, inclusive demostraciones intimidantes, entre otras, frente a las cuales el analista, desde su posición, pone al trabajo analítico dichas manifestaciones agresivas, con lo cual invita a renunciar a la agresividad. Como dije antes, es el drama inaugural de la experiencia analítica.
La intención agresiva igual puede tener consecuencias, igual puede llevar a la muerte si no es apaciguada. Está fundamentada en el yo paranoico que puede hacer un delirio paranoide, atribuyéndole al otro lo que hay en él de ese goce insoportable que lo habita.
La intención agresiva existe siempre y está del lado de la denegación,
La tendencia a la agresión, por el contrario de la intención agresiva que, como veíamos, es una manera de comunicarse con el otro, la tendencia surge del origen mismo del yo como fijación que Lacan presenta a través de la psicosis, vinculada al kakon, a una experiencia donde el sujeto no alude al sentido, donde queda borrado, quedando del lado de la forclusión. Es una manera de nombrar la pulsión de muerte, destructiva, implica una satisfacción de la pulsión en la pura agresión.
El sujeto criminal, en el pasaje al acto, “Lo que trata de alcanzar en el objeto que golpea no es otra cosa que el kakon de su propio ser”
Tomo una breve viñeta: un hombre recién jubilado da muerte a su mujer mientras ella dormía, posterior a un altercado relacionado con lo insoportable que se le volvía que su mujer viese películas hasta muy tarde que no le dejaba dormir. Ella le dice que no apagará la TV y que la cosa se pondrá peor, ahí el piensa que no soporta más y piensa en eliminarla, dice “o ella o yo” busca un machete y le pega en la cabeza. Un pasaje al acto.
Por último, para concluir, diría que en la violencia, si bien su fuerza motora es la agresividad, su motivación tiene que ver con el ejercicio del poder y del control sobre el otro, implica de base una discriminación, una desigualdad y un deseo de menoscabar al otro.
En la tesis V del texto “La agresividad en psicoanálisis” Lacan plantea que el sujeto social sufre la pérdida del lazo estrecho con la comunidad y con la familia extendida, que de alguna manera cumplía la función de restringir la agresividad, lo que lo conduce a ser a un sujeto aislado socialmente, restringido en la posibilidad de interactuar con otros, situación que refuerza su paranoia estructural.
Con estas consideraciones se puede ver que la agresión como acto y la agresividad como inclinación es universal, es constitutiva, está presente en todo ser humano como un componente vital, que actúa junto a la pulsión de vida en la sobrevivencia y se puede deducir que la violencia como tal es más compleja en su determinación y parece obedecer a determinantes de tipo social en su relación con el derecho y la ley.
Santiago de Chile, 27 de abril 2023.