La práctica psicoanalítica no tiene un territorio para el analista en una cura con coordenadas fijadas de modo previo.
El analista entra a hacer presencia en cada una de las 3 dimensiones en que se apoya la existencia de un parlêtre, y en todas ellas, en posición de objeto. Desde allí es que maniobra.
- El analista es representante de la significación y apoyo para reconocer sus S1.
- Es el destinatario de la justificación fantasmática, del lucimiento de las identificaciones, del modo de proceder en el deseo. Es tratado con los recursos que sostienen las formas de satisfacciones fálicas que velan la falta.
- Es también receptor del sentido gozado que pudo desacomodarse y traerlo a consulta.
El analista hace pareja o no, en cada uno de esos niveles dependiendo de la dirección del acto y la singularidad del caso. Aprovecha el momento oportuno o la contingencia que permita capturar la pieza suelta de goce que pueda dar cuerpo al síntoma analítico, equivocando cuando es preciso. Es así como el analista retiene la posición del sujeto en lo real y puede devolver en forma invertida la interpretación del inconsciente.
La posición llamada de objeto hay que precisarla: no se trata de encarnar ese objeto sino de hacer semblante que dibuje el objeto, hacer resaltar un borde, el que hace un litoral perceptible, nombrable, a lo imposible.
La presencia del analista es para el inconsciente real, un borde que dibuja algo que no había, y que solo toma forma bajo transferencia.
La presencia del analista, inhumana en este punto, da cuerpo a ese goce en el que lo fantasmático se halla en continuidad con lo real.