Debo confesar que cuando oía hablar del acto analítico en los espacios clínicos de la Escuela nunca me quedaba muy claro de qué se trataba. Quiero decir, una cosa es que teóricamente pudiera definirlo pero otra cosa muy distinta era poderlo reconocer en mi propia práctica. Me parecía que eso del acto analítico tenía que ver con los más experimentados, los que sí podían dar cuenta de él.
Es así que al presentar casos clínicos sin pensarlo, dejaba por fuera mis intervenciones. Y en el momento que se hacían los comentarios del caso, si me preguntaban por mi función, verdaderamente me era díficil responder. Me costaba dar cuenta de mi posición y sus consecuencias en la dirección de la cura. Y es que autorizarse como analista, no es cosa fácil.
En mi formación, la construcción de casos ha sido muy importante porque era el momento en que la práctica del control, mi recorrido en el análisis y lo epistémico se encontraban. Ahí aparecía la pregunta por mi posición y el acto. Pero como decía, a la hora de escribirlo, de transmitirlo, lo sustraía, me sustraía.
Es recientemente, cuando puedo ubicar en mi análisis algo con respecto a la importancia de la consistencia del Otro en mi vida y el comienzo de su caida, que comienzo a intervernir de otra manera en las sesiones con una paciente. Al principio no entiendo muy bien porque se me ocurre decir o hacer cosas que antes no hacía. Y es en mi análisis y la práctica del control, que me doy cuenta que recién ahora me he autorizado a hacer un acto. Efectivamente hacerlo no fue planeado, fue algo espontáneo, y me tomó por sopresa verificarlo en las sesiones que siguieron con la paciente. Lo cierto es que poder ubicar algo de mi propio goce me permitió autorizarme como analista haciendo un acto. La construcción que haga ahora de ese caso, estoy segura transmitirá mi posición.