Hablar de la presencia del analista es hablar de un objeto que dura un tiempo -que es lógico- en un lugar -que es topológico-. Se asienta en un espacio móvil en el que la mirada es la sorpresa de un instante, en que los esfuerzos por comprender no son para siempre sino por un tiempo y donde llega el momento para la conclusión de las palabras. El espacio móvil en que se asienta tal objeto se arma con los hilos conectores que siempre enlazan puntos diversos en esa topología denominada por Lacan el nudo con sus cuatro redondeles. La naturaleza de tal objeto se manifiesta precisamente en el movimiento mismo del lugar; movimiento generado por un hueco en torno al cual giran los redondeles. El deseo se presentifica en un objeto denominado a que lo causa: el hueco puede producir también angustia, cuando se corre en un análisis el velo que lo cubre. Es labor de quien encarna ese objeto a, de quien lo hace presente, conducir a un analizante a ir de esa automática angustia, a la vivencia de admitir lo discontínuo, el lapso, hasta que tal vez un día de ahí emerja un deseo.
La presencia de ese objeto a que también puede causar deseo (no sólo angustia) está enmarcada entonces por palabras y su silencio. Su naturaleza puede ser encarnada en el cuerpo de quien ha admitido la discontinuidad y ha extraído de ello un empuje, una causa para una existencia; desde ahí ese corpóreo, puede generar un tiempo extra, un plus de tiempo para continuar analizando. Quizá haya algo ahí de la verificación de aquello que puede provocar la presencia del analista: que la vida del hablanteser sea la muestra de estar más allá de la creencia en las determinantes biológicas y de la razón.
Junio, 2018.