Lacan sostuvo que el psicoanálisis es la última flor de la medicina, nos dice Miller en “Un esfuerzo de poesía”, y lo dice con las manos en la tierra, en la tierra del humus humano. El devenir-vegetal del humano, indica, no es la individualidad, ni la motricidad ni la conciencia, su grado es el de la sustancia gozante. La planta humano es el terruño mismo, señala, materia orgánica, viva y preindividual (Miller, 2016). Allí se toca lo vivo.
Traigo esta referencia como resonancia al argumento que se ha planteado desde la comisión responsable de la Tercera Conversación Clínica de la NEL cuyo tema será El acto analítico, entre sorpresa y verificación. Me interesó del argumento el énfasis en que el acto apunta al corazón del goce, borrando al sujeto.
Pienso en ese lodo vivo, en la sustancia gozante, como si fuera el mismo Jardín de las Delicias de Jheronimus Bosch. Jardín al que acudió Lacan, hacia finales de los años cuarenta, para presentar el cuerpo fragmentado. Piezas sueltas y vivas, frutos suculentos, desmedidos, que no se han sometido a la consistencia del “Yo” pues, siguiendo a Miller, el yo “ya es una palabra y, cuando hay yo, ya hay muerte” (Ibidem).
Propongo pensar que el acto acontece desde ese terruño vivo, terruño propicio para esos “lirios del campo que ni tejen…” como evoca Brodsky para pensar el saber sin sujeto del fin de análisis. Ir a esa flor, apostar por ese terruño, es seguir la provocación de Stiglitz en la última reunión SIPA de Escuela, cuando invitaba a “meter mano en el melón del analizante”. Vía pulsional para el acto, ahí donde el objeto es activo y el sujeto subvertido. Diría que las sorpresas emergidas de ese jardín, de ese humus, se verifican en tanto se realizan, no se trata de someterlas a comprobación, después de todo, y siguiendo al poeta Angelus Silesius, una rosa es sin por qué, florece porque florece.