El analista: lo real, insuficiencia y singularidad

La noción del inconsciente real implica un fuera de sentido que se presenta como goce del cuerpo, heterogéneo al significante pero anudado a él de manera singular para cada uno. La clínica nos impone la pregunta de cómo cada sujeto goza de la actividad de ciframiento y cómo la experiencia analítica apunta a ese real del goce[1]. Pero la clínica se produce por añadidura, como resultado de una práctica que pone en marcha un saber hacer.

Es a nivel de lalangue donde opera el analista. Nivel de la materialidad sonora que no se corresponde ni con el corte lingüístico de las palabras ni con las leyes de la sintaxis, y que excluye la comunicación con el otro. Ahí donde se deposita el goce del cuerpo en tanto hablante, y donde el sujeto del inconsciente y el goce se sitúan “en un exilio reciproco” [2].

Si la experiencia de un análisis pone en juego la palabra dirigida al otro, produciendo efectos de sentido, efectos de goce, el analista responde reintroduciendo un fuera de sentido que problematiza ese goce. Sea como obstáculo o como opacidad, sea como un simple gesto que hace de referente, el acto analítico se sostiene en esta presencia, acogiendo lo singular, aquello que “no se parece a nada”[3].

Operar de este modo adviene una experiencia para el practicante: “ver súbitamente la cosa”[4]. Es su propio recorrido como analizante el que le ofrece la posibilidad de acceder a ese “grado cero del saber”, a esa “insuficiencia” que por tomar valor de “respeto a lo que cada uno tiene de singular”[5] le permite sostener su acto.