Por Jésus Santiago [1]
Quiero agradecer a Viviana Berger y a Raquel Cors por esta invitación que tanto me honra. Llamé a esta breve intervención: “La clínica de la agresión suicida del narcisismo”. Lo que me sorprendió al leer este Cuadernos del INES Nº15 es la fuerza de la orientación clínica que emana del escrito de Lacan “La agresividad en psicoanálisis”, que forma parte de los antecedentes de la trayectoria de la enseñanza de Lacan. Aquí, no se trata simplemente de una cuestión cronológica relativa al período de su producción pre-estructuralista. Es necesario considerar que esta fuerza clínica tiene lugar a pesar del aspecto teórico-clínico de la dominación causal de lo imaginario y, por lo tanto, del narcisismo y la función del yo. Ángel Sanabria hablaba del semblante imaginario fundamental, de la imagen reina, que Miller trata en el curso Elucidación de Lacan[2]. Aunque la subversión lacaniana de la aplicación de la función del significante en el inconsciente no se produjo, este escrito es un aporte decisivo a los fenómenos de agresividad y violencia que afectan, directa o indirectamente, nuestra clínica.
La bipartición de la libido
Para Lacan, la concepción de la libido es como trata de resolver, en este momento, la cuestión de la pulsión de muerte, se divide entre dos lados: por un lado, una libido negativa y, por otro una libido positiva. Tanto su lado positivo como su lado negativo emanan del proceso identificatorio en que el sujeto debe pasar por el otro para tener acceso a una imagen de sí mismo. Esto va a resultar, subraya Lacan, en una “ambivalencia estructural”, “tensión conflictual interna al sujeto”, y desde entonces la relación del sujeto con su semejante va a desdoblarse en un registro doble: la agresividad y el erotismo. En la identificación narcisista (Tesis IV) existe un componente erótico, porque el sujeto ve en el otro una imagen ideal, narcisista de sí mismo, que inviste libidinalmente como su propia imagen. Existe también un componente agresivo porque, si yo soy otro, entonces este otro puede tomar mi lugar. Y es en términos de tú o yo que se desdobla la relación. La única salida viene a ser consecuentemente, la destruición agresiva del otro.
En “Acerca de la causalidad psíquica”,[3] Lacan retoma y aclara que los fenómenos de transitivismo consisten en el tipo clínico fundamental para explicitar tanto la función de desconocimiento del yo como su estructura paranoica. Como él mismo subraya, el niño que imputa a su colega recibir el golpe que él recibe, no miente. En el instante de captación en que se identifica con el otro, el niño desconoce lo que viene de él y lo que viene del otro. Como constatamos, desde los comienzos de su enseñanza, el yo jamás fue visto como un término primario y, por lo tanto, tampoco podemos calificarlo como la instancia que efectúa la suma de las funciones del cuerpo y del espíritu, es decir una función de síntesis de la personalidad, como pensaban los postfreudianos.
El hecho de que el yo desconoce radicalmente su participación en aquello de lo que él mismo se queja, o sea su inocencia, es lo que culmina en la caracterización de su estructura como paranoica. Es también lo que conduce a Lacan introducir el término “conocimiento paranoico”, para designar esta forma de desconocimiento que está en el fundamento del génesis del yo. Para Miller, si el yo tiene una estructura paranoica, el estadio del espejo, por su parte, es una “paranoia originaria”, inherente a su propia constitución de “agredido y agresor”.
La paranoia originaria del yo
La contribución sobre la agresividad deja en evidencia lo que Miller, en su curso “Vida de Lacan” denomina como la “paranoia originaria del yo”, asume una importancia decisiva para la primera individuación subjetiva. Pues, si la paranoia es constitutiva, esto quiere decir que el sujeto se encuentra vulnerable a las agresiones suicidas del narcisismo que se ejemplifican en esta época, por los diferentes fenómenos y tipos clínicos como es el caso del transitivismo, del delirio de la bella alma de El misántropo de Molière, el caso de los crímenes inmotivados, y sobre todo en la anorexia y toxicomanía que utilizan esta misma concepción conceptual de la agresión suicida del narcisismo.
Enseguida, es posible identificar un segundo tipo clínico, también ejemplar, de la modalidad de la agresión suicida del narcisismo. Se trata del estudio, publicado por el psiquiatra francés Paul Guiraud, que en su artículo sobre los “Asesinatos inmotivados”, describe las etapas que precedieron al arribo del pasaje al acto homicida de un paciente. Después de todo un período caracterizado por un sentimiento penoso de extrañeza interior, el paciente, disgustado con la vida y con los hombres, se vuelve hacía Dios y luego hacía el comunismo, proyectando sobre la sociedad su pesimismo interior hasta que, en un pasaje al acto violento, intenta al matar al tirano, matar a la enfermedad que lo invadía. De esta forma, señala Lacan, siguiendo a Guiraud, hace una formulación que es muy importante, dice que “se afana en reconocer que lo que el alienado trata de alcanzar en el objeto al que golpea no es otra cosa que el kakon de su propio ser”[4], primera vez, cabe decir, que Lacan utiliza el concepto kakon. El kakon, la agresión suicida del narcisismo.
Finalmente, lo que se demuestra en la llamada tesis V del referido texto es la pregunta de Lacan acerca de las condiciones y el modo como la agresividad, concebida como una de las coordenadas intencionales del yo humano, interfiere en la “neurosis moderna y en el malestar de la cultura”[5]. Creo que Lacan, sobre todo en esta época, trata la función sublimatoria desde la realidad social, lo que hace de estos textos, textos con apariencia sociológica. Sabemos que Freud confiere un valor metapsicológico al trabajo de la civilización sobre el sujeto, pues su función es la de permitir que la dimensión del amor domine las tendencias agresivas del odio y la violencia.
El kakon y la agresión suicida del narcisismo
En “El malestar en la cultura”, Freud se interesa por las barreras e interdicciones que la sociedad erige para contener esa, cito a Freud:”inclinación agresiva que podemos registrar en nosotros mismos y con derecho presuponemos en los demás es el factor que perturba nuestros vínculos con el prójimo”[6]. Lacan, en su texto de 1948, retoma esa misma cuestión, al afirmar que lo que permite al sujeto transcender “la agresividad constitutiva de la primera individuación subjetiva”[7], es la identificación primordial al padre. En consecuencia, consideramos que en el Edipo se realiza una identificación que no es más la identificación narcisista y al semejante, con su consecuencia agresiva, sino una identificación al gran Otro en posición de Ideal del Yo. Lacan reconoce, en lo tocante a la identificación, una función pacificadora y normalizadora del padre, la cual da eficacia al Nombre del Padre, cuya función es unir el deseo a la ley.
Sin embargo, es preciso considerar críticamente esta función simbólica del orden paterno y sus ideales frente al diagnóstico que en el mundo contemporáneo existe un declive de estos ideales y una fragilización de las referencias simbólicas del Nombre del Padre. Sabemos que, en la última enseñanza de Lacan, se encarga de cuestionar no solamente la identificación narcisista, también la identificación simbólica al Nombre del Padre. Entonces, ésta cada vez más clara la condición inoperante de la función del Ideal del Yo, así como su dificultad para tratar el problema de los nuevos circuitos de la agresividad y de la pulsión de muerte. Esto no significa que Lacan abandone su tesis sobre la agresividad, pero cambia sustancialmente cuando adopta el carácter primario del goce como el núcleo de lo que considera el “parlêtre”. Ese declive de los ideales y de los valores civilizatorios, los convierte en una parte integrante del goce del superyó y, por lo tanto, suprime su función pacificadora de las pulsiones agresivas.
La hipótesis clínica de Jacques-Alain Miller de la “forclusión generalizada” (que en mi opinión una premisa fundamental de la clínica de la psicosis ordinaria) surge para circunscribir el hecho de que el goce de la pulsión de muerte – el kakon – jamás es completamente absorbido por la operación significante del Ideal del Yo y, por lo tanto, se puede decir que la metáfora paterna no es algo que se realiza completamente, sin dejar restos. Lacan incluso considera que donde está el goce del kakon, y no simplemente el goce fálico, es la lengua en su conjunto la que se encarga de tratarlo. La metaforización del goce en la lengua –lalengua– se hace con la ayuda de elementos que no tienen más su fuente en el Nombre del Padre. Estos elementos que constituyen un factor de contención de los excesos son extraídos del sinthome (con th)y aseguran la articulación entre una operación significante y el goce, articulación ligada al cuerpo. La perspectiva del sinthome no tiene el propósito de la creación de nuevas categorías clínicas, especialmente cuando se considera la proliferación del kakon en la civilización del goce. Así, el sinthome es una herramienta clínica útil para trabajar las manifestaciones clínicas que no derivan de la defensa basadas en la represión. Lo que la práctica lacaniana busca, en cada caso donde predomina la agresión suicida del narcisismo, es la singularidad de la distribución de lo real, de lo simbólico y de lo imaginario. ¡Muchas gracias!
NOTAS
- Es psicoanalista, reside en Belo Horizonte, Miembro AME de la EBP y AMP, ex AE (2015-2017), Doctor en psicoanálisis por la Universidad de París VIII, Profesor de psicopatología y psicoanálisis en UFMG, Docente del Programa de Maestría y Doctorado en Estudios Psicoanalíticos (UFMG).
- Miller, J.-A., Elucidación de Lacan, Charlas brasileñas, Paidós, Buenos Aires, 1998, pp. 577-602.
- Lacan, J., “Acerca de la causalidad psíquica”, en Escritos 1, Editorial Siglo XXI, Buenos Aires, 2002, pp. 142-183.
- Ibíd, p. 165.
- Lacan, J., “La agresividad en psicoanálisis”, en Escritos 1, Editorial Siglo XXI, Buenos Aires, 2003, p. 112.
- Freud, S., “El malestar en la cultura”, en Obras Completas, tomo XXI, Amorrortu, Buenos Aires, 1992, p. 109.
- Lacan, J., “La agresividad en psicoanálisis”, p. 110.