¡Que haya un encuentro!

Luz Elena Gaviria

Para compartir mi experiencia en Borde-Medellín, retomo las palabras de la convocatoria que definen esta Iniciativa como «un espacio de escucha y acompañamiento atento para niños y jóvenes diagnosticados de autismo, y sus familias. Nos apoyamos en el saber que las familias tienen sobre las construcciones que sus hijos han elaborado y nos orientamos por las dificultades que el autismo plantea para contribuir a la conquista que cada niño y adolescente pueda hacer para alcanzar una vida posible»¹, punto de partida para las reflexiones que orientan este escrito.   

Por otra parte, la pregunta que plantea Antonio Di Ciaccia² sugerida por el psicoanalista Iván Ruiz³ también guía la dirección de mis consideraciones acerca de esta singular experiencia: «¿cuál es, entonces, el trabajo que se espera por parte de los miembros del equipo con los niños?». Y su propia respuesta es: «lo que se espera de cada uno de ellos es que haya un encuentro».  

Daré cuenta de lo que considero un encuentro, a través de la experiencia orientada por el psicoanálisis, en donde la posición que conviene al interviniente es la de «no preverlo, ni conocerlo, ni organizarlo por anticipado»; pero lo que sí está en juego es la marca de un deseo particular del interviniente, y que uno por uno de los niños o jóvenes puede aceptar o no «ser el destinatario de este deseo particular». 

Uno de estos encuentros fue con una niña de 3 años, a quien llamaré L, que en determinado momento se encontró invadida por un goce que la tomaba y la hacía gritar, llorar rabiosa, sin nada que permitiera retroceder a este desborde sin fin. Frente a ella, tomé un paquete de roscas de su lonchera, y entablé un diálogo con la otra interviniente. Le dije a esta, «con mucha rabia», que lo tomaría; adicionalmente, con igual expresión furiosa, le dije que me lo iba a comer; y la interviniente, «también con rabia», me respondió que era de L. En medio de esa discusión sin freno entre las dos, se me arrima L y toma mis piernas, las abraza, y me dice: «Feliz, feliz, feliz». Repetí la palabra feliz y, luego, ambas intervinientes repetimos al unísono: «feliz», y a continuación juntamos los tres cuerpos, nos abrazamos y, en tono de canción, repetimos: «feliz, feliz, feliz». Esto expresó la sutil afectación a la que su cuerpo consintió en ese instante, frente a lo cual las intervinientes fuimos testigos del valor de invención que tuvo el hallazgo del significante «feliz», cómo aportó para ordenar su mundo subjetivo. Es a este momento, sorprendente para las intervinientes y para L, al que nos referimos en estos talleres con «producir un encuentro». 

Con relación a lo que se espera de los intervinientes respecto al campo de los padres, amplío la pregunta del psicoanalista Antonio Di Ciaccia para decir que, en el trabajo con los niños se espera, de ser posible, que los miembros del equipo tengan también un encuentro con los padres. En este sentido, comparto a continuación las enseñanzas que en este evento pude extraer de la experiencia con ellos. 

Retomo un detalle del encuentro con la madre A. En la reunión de los intervinientes con los padres, ella nos advierte acerca de las dificultades para dejar en el taller a su hijo, de 14 años, sin la presencia de ella, dado que él golpea a otros, se golpea, no habla, no tiene control de esfínteres… Agrega que la última recomendación que le sugirió el neurólogo es una operación en el cerebro, a la cual ella se resiste por considerar que hay algo más que puede hacerse antes de consentir a esa recomendación. 

Se le comenta que puede irse, dejarnos los pañales de A, su lonchera, y recogerlo al finalizar el taller. Cuando volvió por él, abrimos un espacio para conversar con ella y, con el saber que tiene de su hijo, conjuntamente leer algo más acerca de la función de los golpes que se inflige A. Este fue uno de los interrogantes planteados en el encuentro del equipo de intervinientes, al observar la intensidad de los golpes y la singularidad de las superficies que escogía, con el cálculo de no herirse. La madre confirma haber observado este detalle, pero no se explica la función que cumple en A: «él es muy astuto, escoge paredes de madera o superficies blandas», nos comenta. Luego de nombrarle lo que detectamos, y aludir a la importancia del sonido de los golpes, trae otra serie de invenciones que muestran esa función que tiene en A, no por la vía del sentido, sino por el efecto de resonancia en el cuerpo, como signo de algo que le aporta una manera de arreglárselas frente a la invasión de goce que lo habita. Los recuerdos de la madre confirman esa función que tiene en A, y cómo a través de esto le decía algo que ella intuía que él quería o le molestaba, o si estaba tranquilo, pero que no sabía leer, como logra hacerlo en este encuentro. Recordó que de pequeño le gustaba escuchar la música de Porros, en la que predominan los tambores, y que, para calmar su excesiva inquietud le bastaba coger un frasco de semillas de fríjoles que, al hacerlo sonar, lo tranquilizaba. Este dato ilustra lo posible del encuentro entre los intervinientes y los padres la apuesta descrita en la convocatoria, y evidencia otra de las enseñanzas en acto. 

Esta enseñanza da cuenta del lugar de los intervinientes en relación con el saber, un saber que no se porta en el sentido de tratar de ordenar su mundo subjetivo a través de «producir algunos S2, sino de saber encarnar un S1, dejando de lado los S1 de la civilización». Esto permitió un punto de anclaje para el goce de L, de otra manera. 

Para nosotros los intervinientes, se trata de no olvidar «esta equivalencia central entre S1 y síntoma», deducción a la que se llegó, no sin la reunión previa de los intervinientes, en la que el equipo precipitó el saber obtenido por cada uno, a propósito del encuentro con la niña L en los talleres. 

El abordaje concerniente a L en la reunión de equipo permitió elaborar la singularidad de su síntoma, su posición subjetiva al encarnar, en ciertos momentos, su no retroceder en la satisfacción que experimentaba, con un empuje al infinito, sin soportar pérdida, lo cual nos interrogó y permitió extraer consecuencias orientadoras para el funcionamiento posterior frente a ella. El estar advertidos suscitó nuestro acto y, como efecto, se precipitó en L un cambio en la economía de la satisfacción en la que estaba inmersa. Esto indica la enseñanza del encuentro con este detalle sorprendente de la viñeta, al responder L con este significante nuevo: «feliz», que la movilizó a otra posición subjetiva. 

Este encuentro con L pone de manifiesto la enseñanza fundamental de las reuniones del equipo, en las que la intervención en acto no es sin la clínica, y es en la articulación del caso por caso donde, en palabras del psicoanalista Alexander Stevens, se pone «en primer plano de nuestro trabajo el S1 del síntoma de cada niño, más que el S1 del amo de la civilización»; encuentro que fue posible con L, gracias a los recursos de cada interviniente, su táctica para inventar y la estrategia a seguir, lo cual posibilitó esta afectación del cuerpo y produjo la sorpresa del encuentro.


¹ Afiche de invitación para la Iniciativa Borde-Medellín: INES-ESIAPP_INICIATIVA BORDE.

² Di Ciaccia, Antonio. «La Antenne 110», revista L Atelier 6. La institución al revés, abril 2023.

³ Psicoanalista Iván Ruiz Acero.Psicoanalista en Barcelona ( España) Psicólogo, director terapéutico de Teadir( Asociacion de padres, madres, y familiares de personas autistas)   Co-autor del libro No todo sobre el autismo ( Editorial Gredos , 2013). Miembro de la Escuela de psicoanálisis  y de la Asociación mundial de psicoanálisis.